Ignacio Manuel Altamirano

escritor, periodista, abogado, maestro y político mexicano
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Ignacio Manuel Altamirano

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Ignacio Manuel Altamirano (Tixtla, Guerrero; 13 de noviembre de 1834 San Remo, 13 de febrero de 1893) fue un escritor, periodista y político mexicano.

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  • «Así como la tierna corteza de un árbol sumergida por mucho tiempo en las aguas de ciertos ríos se petrifica, el corazón humano sumergido en el pesar, al fin se vuelve empedernido».[1]
  • «Contra el salteador, el cuatrero y el ratero hay la acción criminal. Contra el ladrón literario no hay nada y, además, el robado costea el precio de la magnesia para pagar la bilis que produce el despojo».[2]
  • «Creer uno que sabe Historia porque la conoce en los compendios, es querer formarse idea de la grandeza del mar, al comer una ostra».[2]
  • «Decid a los hombres las verdades como dais purgas a los niños. De otro modo lograreis irritarlos sin corregirlos».[2]
  • «Dominar la cólera, tiene más mérito que batirse en duelo por no haberla dominado».[2]
  • «El celo, hijo de la desconfianza, es hermano de la credulidad».[2]
  • «El envidioso, a los hombres irritables causa cólera; a los reflexivos tan sólo inspira lástima».[1]
  • «El escritor público, en cambio de sus triunfos, tiene mil pequeñas penas. El ignorante pretencioso, ese escarabajo de la literatura, lo mancha con su inmunda sátira, el patán no lo entiende, la dama sólo torna sus artículos para hacer moldes o para guardar especias, el mandarín le jura odio eterno, el corchete lo ve como cosa suya, la cárcel o el destierro lo amenazan, los tontos le roban sus pensamientos y esto es lo peor».[2]
  • «El hígado es la víctima de la envidia. No pocas veces lo es también el corazón».[1]
  • «El matrimonio es como la moda; todo el mundo habla mal de ella, pero todo el mundo la acepta para sí y su familia».[2]
  • «El mayor castigo que puede imponerse a la envidia es el desprecio. Hacerle caso es permitirle saborear un síntoma de victoria».[1]
  • «El poder tiene espinas, pero para algunos gobernantes es sabroso, con todo y ellas, como las sardinas».[2]
  • «El poder es duro oficio, pero para algunos es el único».[2]
  • «El que comete un exceso, ebrio de vino, tiene el recurso de disculparse con el vino; pero quien lo comete ebrio de cólera, no tiene más recurso que la humillación».[2]
  • «El corazón que despierta tarde cree que despierta a tiempo, y por eso las mujeres que aman de viejas, aman como jóvenes».[2]
  • «El que grita estando colérico es tan patán como el que ríe a carcajadas».[2]
  • «El que una sociedad civilizada, crea en los dogmas inventados por la humanidad en su infancia es tan sensato como el que una mujer de edad madura llore y ría con las muñecas que creyó vivas cuando estaba mamando».[2]
  • «El sueño es la aurora boreal del pensamiento».[2]
  • «El teatro de la crítica tiene, como todos los teatros, lunetas, palcos y cazuela. En este departamento están todos los ignorantes y fatuos que se pasean censurando a la gente ordinaria que asiste a las funciones. Allí la concurrencia de patio y palcos, cuando no está contenta, silba o murmura, pero los pasillos de la cazuela cuando expresan su torpe desagrado, gesticulan, pernean, patean, se desgañitan, blasfeman y tiran cáscaras de fruta a la escena. Lo mismo hacen los críticos de la cazuela; ponedles cuidado».[2]
  • «El valor es como la desnudez de la mujer; para que cause atractivo es preciso que no se muestre, sino de cuando en cuando. Si sale a la luz a cada rato, pierde su mérito».[2]
  • «El valor no consiste en la bilis, ni en la sangre; consiste en la dignidad».[1]
  • «En chanza se prueba la buena educación. El hombre culto la emplea con amenidad, ligereza y gracia. El majadero no usa en ella sino groserías que se graban el corazón como injurias».[2]
  • «En las guerras de Independencia, la fe es lo primero, pero la acción es lo que hace útil la fe. Sin ella, esta virtud no vale nada».[2]
  • «En una persona desaseada, hasta los pensamientos tienen mal olor».[1]
  • «Es necesario buscar la flor de la amistad sobre la tumba de un perro».[2]
  • «Hay naturalezas nerviosas que se estremecen cuando estalla un cohete y nada sienten cuando truena el cañón. Hay almas que se escandalizan de una falta y no se alarman ante un crimen».[2]
  • «Hay partidarios que harían gustosos lo mismo que combaten».[1]
  • «Hay viejas que darían su alma por encontrar la fuente de Juvencio».[3]
  • «La buena educación es la mitad del camino en cualquier negocio».[1]
  • «La buena educación es como el perfume de las rosas, se percibe desde lejos».[1]
  • «La caballerosidad en amores es un ayuno siempre expuesto a quebrantarse».[2]
  • «La coquetería no excluye la virtud, así como el exterior grave y solemne no excluye el vicio».[2]
  • «La embriaguez de la cólera es más vergonzosa que la embriaguez del vino».[2]
  • «La fidelidad y la gratitud son dos flores raras que se encuentran difícilmente. Sólo Dios se encarga de su cultivo; los jardineros no logran generalmente producir más que una falsificación de ellas. A veces se les confunde, por lo cual es preciso conocerlas bien. En esto se lleva el peligro que con las setas, cuando no se distingue cuales son las buenas y cuales las venenosas».[2]
  • «La fina educación es la mitad del camino en cualquier negocio».[1]
  • «La insolencia es el escudo de la desvergüenza y la fortaleza de la cobardía».[2]
  • «La mujer siempre halla motivo para llamarse desgraciada».[2]
  • «La única ternura inalterable es la que siente el perro hacia su amo. Todavía el hijo suele irritarse contra el padre; todavía el padre suele maldecir a su hijo. Sólo el perro sufre una paliza de su amo, y llora de amor por él».[2]
  • «La voz de la envidia es el pregón de la inferioridad del envidioso».[1]
  • «La vida es una cadena de necedades de las que no es la menor la de no querer hacerlas».[2]
  • «Las buenas maneras son los signos masónicos de la decencia en todo el mundo».[1]
  • «Las mujeres son como los niños; sólo lloran por sus caídas, cuando las ven».[1]
  • «Los amigos íntimos son los que están más próximos a tornarse enemigos acérrimos».[2]
  • «Los fatuos son los que menos gozan de las mujeres, pero son los que más las perjudican».[1]
  • «Los guerreros más valientes han sido siempre los hombres más llenos de cortesanía, y aún cuando hayan sido insultados, se han mostrado afables».[2]
  • «Los hombres que a todo sacan su valentía son como esa gente que tiene mala voz y que anda siempre cantando».[1]
  • «Los ojos, en los cuales no se refleja el cielo de la patria, son tristes».[2]
  • «Muchas veces consigue el despecho lo que no puede conseguir la súplica».[2]
  • «Nada hay que dé tanto valor como la justicia. La fuerza sólo da un valor artificial».[2]
  • «Nada hay tan armonioso como el elogio que se ha merecido».[2]
  • «Nada hay tan imponente como el acento de la verdad».[2]
  • «Nada hay tan lastimoso como una coqueta vieja».[2]
  • «Nada hay tan lúgubre como la sonrisa de un viejo verde».[2]
  • «Nada hay tan vacío como un cerebro lleno de sí mismo».[2]
  • «No es bueno jurar, hay poco mérito en hacer una cosa por cumplir un juramento».[2]
  • «Para algunos hombres que hacen gala de ser demócratas, la democracia es una camisa de fuerza».[2]
  • «Para profesar odio a una persona, es preciso, como para amarla, tenerle estimación. A los que no se estima se les desprecia simplemente».[2]
  • «Para trepar sobre una roca, el reptil se arrastra; el león da un salto. Para llegar al poder, el hombre reptil comienza por humillarse; el hombre león comienza por ser altivo».[1]
  • «Por más hablador que sea un hombre, siempre, siempre se calla las nueve décimas partes de lo que piensa».[2]
  • «¿Queréis hablar estando poseído de ira? Adoptad el acento de los grandes trágicos y no gritéis. La voz apagada es más terrible y más elegante, si esto último puede decirse».[2]
  • «Si fueran a reproducirse en los papeles públicos, los elogios que durante la ausencia se hacen los amigos íntimos, habría duelos a muerte todos los días».[2]
  • «Si veis a un hombre que se enfurece contra todo el mundo, abordadle sin cuidado, es un ser inofensivo».[1]
  • «Sólo el amor criminal es más fuerte que el amor maternal, puesto que la adúltera abandona a sus hijos».[2]
  • «Sufrir por la libertad... es marchar por un sendero de abrojos que sólo se convierte en rosas cuando uno ha pasado».[2]
  • «Tácito es la indignación de la Historia contra la tiranía y el crimen».[2]
  • «Y no disculparse del exceso cometido en la embriaguez de la cólera, es más insensato aún que cometerlo. Es el orgullo sosteniendo la estupidez».[2]

Sobre la envidia

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  • «La envidia como la ictericia se conoce en el color de los ojos y en el de la piel».[2]
  • «La envidia es al mérito lo que la cobardía al valor».[1]
  • «La envidia es el cáncer del talento. No tener envidia es un privilegio de salud que debe agradecerse a los dioses más que la salud física».[1]
  • «La envidia es la impotencia irritada por el mérito».[1]
  • «La envidia es un buitre que se alimenta de sus propias entrañas».[1]
  • «La envidia es una furia que se disfraza casi siempre de vieja devota».[1]
  • «La envidia es una sombra que oscurece el semblante y entristece el espíritu».[1]
  • «La envidia hace sufrir al envidioso más que a los censurados la censura».[1]
  • «La envidia no tiene nunca ni la franqueza de la risa, ni el arrebato de la cólera; no tiene más que sonrisas frías y lágrimas ocultas».[1]

Referencias

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  1. 1,00 1,01 1,02 1,03 1,04 1,05 1,06 1,07 1,08 1,09 1,10 1,11 1,12 1,13 1,14 1,15 1,16 1,17 1,18 1,19 1,20 1,21 1,22 1,23 1,24 1,25 1,26 Altamirano (1986), pp. 40-5.
  2. 2,00 2,01 2,02 2,03 2,04 2,05 2,06 2,07 2,08 2,09 2,10 2,11 2,12 2,13 2,14 2,15 2,16 2,17 2,18 2,19 2,20 2,21 2,22 2,23 2,24 2,25 2,26 2,27 2,28 2,29 2,30 2,31 2,32 2,33 2,34 2,35 2,36 2,37 2,38 2,39 2,40 2,41 2,42 2,43 2,44 2,45 2,46 2,47 2,48 2,49 Altamirano (1986), pp. 30-9.
  3. El renacimiento: periódico literario, Volumen 2. F. Díaz de León y Santiago White, 1869, p. 10.

Bibliografía

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  • Altamirano, Ignacio Manuel; Sierra Casasús, Catalina. Obras completas, Volumen 23. Secretaría de Educación Pública, 1986. ISBN 978-97-0186-861-4.