JUBILACIÓN, CALIDAD Y ACTITUD DE VIDA
Dice el Corominas que jubilar (alcanzar la jubilación) es propiamente regocijarse, por la satisfacción de quien ya no ha de trabajar; algo que proviene del latín «jubilare», lanzar gritos de júbilo. Sin embargo, cabe preguntarse con motivo: ¿es necesario prepararse para afrontar la jubilación?; ¿tiene que ver con lo que su origen etimológico revela o, por el contrario, representa un «final» de inciertas connotaciones? ¿De qué depende cómo una persona afronte esta etapa de su vida? Dejemos a un lado el interés vital que representa el vivir cada día, el aprovechar el presente (carpe diem), saludable fundamento moral de cuya consistencia pocos dudan, pues es sabido que en el disfrute de las pequeñas cosas diarias nos jugamos nuestra personal cuota de felicidad. Pensemos que, efectivamente, no vivimos posponiendo nuestros proyectos “para cuando tengamos tiempo”; que no estamos siempre aplazando nuestras ilusiones para esa ocasión que no termina de llegar. Establezcamos, pues, que disfrutamos moderadamente de lo que somos y tenemos. Sentado esto: ¿Podemos ponernos a soñar, mirando ese futuro al que llamamos jubilación? Tengo escrito que «soy un poco lo que soy y otro poco lo que persigo», y si la experiencia vital que resume esta frase es exportable a la del común de los mortales, se deducirá la idea de que en la ilusión de ser (lo que perseguimos) se cifran muchas de nuestras expectativas. Así, la etapa de la jubilación sitúa, especialmente a quienes más cerca están de franquear su umbral, ante un concepto como el de la calidad de vida. Concepto que resulta algo arduo de definir, porque previamente nos hemos de poner de acuerdo sobre un asunto básico: La calidad de vida, ¿se relaciona con lo que uno tiene o con lo que uno es? Si leemos los periódicos y revistas y escuchamos la radio y la televisión, parecerá que «vivir» consiste esencialmente en tener cuanto se pueda soñar; conocido fenómeno (el consumismo) que tiene que ver con producir y vender multitud de cosas cuya adquisición, posesión y disfrute, en teoría, nos hará más felices. Pero la realidad, frecuentemente, nos lleva a poner en tela de juicio tal felicidad: Tenemos noticia de millonarios que se suicidan, artistas y famosos que consumen toda suerte de drogas; ricas modelos pasadas de vueltas... Lo cual nos lleva a pensar, que quizá sea cierto, eso de que el dinero no hace la felicidad. En todo caso, si se pide a alguien que defina la calidad de vida, probablemente hable del acceso a un trabajo digno y bien remunerado, que le permita acceder a bienes básicos como la vivienda, educación, salud y alimentación, buenos servicios públicos, de ocio, seguridad… Sin embargo, la calidad de vida tiene una significación bio-psico-social, que antes de nada, parece oportuno diferenciar la de otro concepto: el de nivel de vida. Para Mónica Sorín , “el nivel de vida es una categoría socio-económica calculable tanto en función de los bienes materiales y servicios con que cuenta la población, como de la equidad existente en su distribución” (incluye las condiciones sociales y de producción).” Según la misma autora, la calidad de vida es, sin embargo, “una categoría psico-sociológica, que se refiere al bienestar subjetivo que las personas sienten, en relación con la satisfacción de sus necesidades vitales.” Es así la percepción psicológica que se tiene de la cotidianidad, el modo en que cada uno «la vive». Se puede pensar que un buen nivel de vida reflejará automáticamente una buena calidad de vida. O, al contrario, que el bajo nivel de vida se traduce en mala calidad de vida. Y existe, sin duda, una relación entre ambos; pero la calidad de vida es subjetiva y por esto la relación entre nivel y calidad no es mecánica o directa, porque la subjetividad tampoco es mecánica o directa (no necesariamente se ha de cumplir que “cuanto más dinero, tanta más felicidad” y viceversa). De hecho, la forma de sentir o de pensar de un ser humano acerca de algo, está influida por factores que conforman su entorno, como la cultura, pero también por su historia personal, el lugar en el que vive, etc. Todo ello configura su manera de vivir la vida, sus expectativas, sus metas, sus deseos, etc., y esto es algo directamente relacionado con la libertad: con su capacidad para elegir responsablemente y con su voluntad. Desde esta perspectiva, no se puede hablar de calidad de vida sin tener en cuenta las diferencias individuales, sin considerar la importancia de lo subjetivo que rodea a ésta y, lo más importante, sin olvidar que se está hablando de la felicidad de las personas. Así, el concepto de calidad de vida varía según la cultura en la que se enmarque, el espacio y el tiempo, pero también cambiará en función de la actitud personal de quien la disfruta. Podríamos decir, entonces, que la calidad de vida engloba dimensiones materiales, culturales, psicológicas y espirituales del ser humano; que depende en gran parte de la concepción propia de mundo que tiene el sujeto en particular: de la interpretación y valoración que le da a lo tiene, vive y espera. Es decir, de lo que subjetivamente percibe o, lo que es lo mismo, del cristal con el que mira el mundo. Por esto mismo, el grado de conflicto que represente para cada persona terminar la etapa de desempeño laboral y las conductas defensivas que se adopten, estarán determinadas por la propia historia personal, las experiencias que condicionan habitualmente las ideas, las emociones, las actitudes y la conducta. Para aquellas personas para quienes lo primordial en la vida no es ser algo sino hacer algo, la jubilación ofrece un marco incomparable para desplegar todo un abanico de posibilidades de vivir la cotidianidad, de un modo activo y sereno, si se disfruta de una aceptable calidad de vida. Esa suerte de climaterio que se sufre con la despedida del mundo laboral, acarrea para el individuo un cambio psicológico de notable envergadura, para el que previamente ha de irse preparando. Se hace preciso que cada adulto reflexione acerca de lo que el proceso de envejecimiento significa para sí mismo, pero para poder reflexionar positivamente debe conocer qué supone el envejecimiento y cuáles son los cambios esperables y normales a los que se deberá enfrentar. Sólo conociendo podrá prepararse y educarse para afrontar dicho proceso, con una actitud adaptativa y sana. Porque el final de la actividad laboral, supone un cambio que nos hace tomar conciencia del paso inexorable del tiempo y que se identifica como pérdida e inicio de la vejez. La persona en definitiva empieza a cuestionarse más acerca de su identidad y no encuentra una respuesta satisfactoria que disminuya la angustia que a veces produce el fin de la etapa profesional y el proceso de envejecimiento. Como señala la Dra. Mónica Torres , “quien se acerca a la jubilación, se plantea cuestiones tales como si tendrá dinero suficiente para mantener el mismo nivel de vida, si se aburrirá, se cuestiona su utilidad e incluso su identidad al dejar de trabajar, algo que le ha definido durante tanto tiempo y de manera tan importante. Estos planteamientos pueden generar inseguridad y angustia en una persona, y la pérdida de roles y actividades puede dañar su autoestima, produciéndole desmotivación e incluso depresión”. Cuando alguien se jubila debe enfrentarse más con quién es, con el tiempo de que dispone y con las relaciones que mantiene. Por esto la jubilación puede ser tanto un momento de desequilibrio como una oportunidad. Voy a centrarme en esta última posibilidad: Durante muchos años, mientras trabajaban, la mayor parte de las personas han debido protegerse con coraza para funcionar y ajustarse al grado de competencia que de ellas se exigía y esperaba. Así, parece que, quien mantenga una actitud positiva ante la vida, una vez llegada la jubilación, se encontrará en el momento adecuado para desprenderse de una vez por todas de ésta y otras servidumbres. Es necesario tenerlo en cuenta, porque no cabe duda de que se puede establecer una profunda ilación entre el cambio (y la jubilación es un hito trascendente en la propia vida) y la crisis que a veces lo precede. De hecho, la jubilación puede conllevar un periodo de fuerte desequilibrio. Hoy en día aún persiste la idea de que jubilarse es perder: perder bienestar, poder adquisitivo, función social y actividad. Sin embargo, también cabe pensar que esta etapa puede ser muy bien llevada por la persona que ya no trabaja. Una crisis es en realidad una oportunidad más que nos ofrece la vida para aprender y mejorar. Leí hace poco que los chinos descubrieron esta idea hace miles de años y que el pictograma que utilizan para la palabra “crisis” es el mismo que utilizan para la palabra “oportunidad”. Una idea revolucionaria ésta, la de encontrar la oportunidad que hay detrás de cada una de las crisis a las que nos enfrentamos con frecuencia y, en particular, la que puede acompañar al momento de la jubilación. Si, como decía más arriba, la calidad de vida tiene una componente eminentemente subjetiva, relacionada con la propia psicología del individuo, con su sentido de la libertad para conducirse responsablemente y para recuperar su papel protagonista en el desarrollo de la propia existencia, la jubilación nos va a situar antea la posibilidad de completar nuestro desarrollo humano y vital. En esta edad, en la que uno alivia el peso de su mochila, no se ha de perder de vista que existen potencialidades en el individuo, que requieren de circunstancias adecuadas que favorezcan su desarrollo personal y su calidad de vida, en la que tengan lugar sus proyectos y deseos. La clave está en buscar cuáles son las motivaciones, los motores para seguir viviendo con intensidad. Cultivar las aficiones propias que uno ha dejado olvidadas o aquellas a las que no ha podido dedicarse suficientemente con anterioridad. Escribía Erich Fromm que “el ritmo de la noche y el día, del sueño y la vigilia, del crecimiento y la vejez, la necesidad de sustentarnos con el trabajo y de defendernos, son factores que nos obligan a respetar el tiempo si deseamos vivir. Pero una cosa es respetar el tiempo y otra es someterse a él, y que el tiempo se vuelva el amo. El actual modo de producción exige que cada acto esté exactamente programado y la mayor parte de nuestra vida esta gobernada por el tiempo y su transcurso. Sólo en nuestro tiempo libre parece que tengamos cierta oportunidad de elegir”. La jubilación puede ser esa oportunidad de elegir desde uno mismo, desde el sentido de la propia vida, desde los deseos, produciendo, actuando, viviendo. En definitiva, siendo.
Juanan Urkijo (Vitoria-Gasteiz)