Revolución mexicana
guerra civil mexicana
La Revolución mexicana fue la segunda revolución social y política del siglo XX. Inició el 20 de noviembre de 1910, mediante la proclamación del Plan de San Luis, realizada por Francisco I. Madero, cuyo objetivo primordial era terminar con la dictadura de Porfirio Díaz, quien había ostentado la presidencia de México durante 33 años. Una vez obtenido el triunfo maderista, una contrarrevolución iniciada por los porfiristas y una serie de disputas entre las propias facciones revolucionarias prolongó el conflicto hasta 1920.
Citas
editar- «He esperado pacientemente porque llegue el día en que el pueblo de la República Mexicana esté preparado para escoger y cambiar sus gobernantes en cada elección, sin peligro de revoluciones armadas, sin lesionar el crédito nacional y sin interferir con el progreso del país. Creo que, finalmente, ese día ha llegado».
- Porfirio Díaz, 7 de marzo de 1908, entrevista con James Creelman.[1]
- «En este ocaso de mi vida sólo un deseo me queda: la dicha de mi país, la dicha de los míos».
- Porfirio Díaz.[2]
- «... Tanto el poder Legislativo como el Judicial están completamente supeditados al Ejecutivo; la división de los poderes, la soberanía de los Estados, la libertad de los Ayuntamientos y los derechos del ciudadano sólo existen escritos en nuestra Carta Magna; pero, de hecho, en México casi puede decirse que reina constantemente la Ley Marcial; la justicia, en vez de impartir su protección al débil, sólo sirve para legalizar los despojos que comete el fuerte; los jueces, en vez de ser los representantes de la Justicia, son agentes del Ejecutivo, cuyos intereses sirven fielmente; las cámaras de la Unión no tienen otra voluntad que la del Dictador; los gobernadores de los Estados son designados por él y ellos a su vez designan e imponen de igual manera las autoridades municipales. [...] De esto resulta que todo el engranaje administrativo, judicial y legislativo obedecen a una sola voluntad, al capricho del general Porfirio Díaz, quien en su larga administración ha demostrado que el principal móvil que lo guía es mantenerse en el poder y a toda costa. [...] Conciudadanos: Si os convoco para que toméis las armas y derroquéis al gobierno del general Díaz, no es solamente por el atentado que cometió durante las últimas elecciones, sino para salvar a la Patria del porvenir sombrío que le espera continuando bajo su dictadura...».
- Francisco I. Madero, 5 de octubre de 1910, Plan de San Luis.[3]
- «... Sabed: que siendo tantos los atropellos y ultrajes que la tiranía oficial, llamada porfirista, ha venido desarrollando en todo el país con el mayor escándalo y cinismo, sin respeto a las leyes, a la moral y a las buenas costumbres sociales; que para ese grupo de déspotas y tiranos, responsables únicos de cuantos males se originen a México, sólo hay que oponérsele la fuerza y es fuerza caprichosa y cínica en que ellos se apoyan para sostener tanta injusticia; que nosotros aunque amamos la paz, no queremos la paz de los esclavos, puesto que, si éstos no tienen libertad, tampoco tienen Patria; es por eso que hemos venido a tomar la última resolución cual es, repeler con la fuerza justa a esa brutal fuerza causa de tanto mal y de injusticia tanta que sobre nosotros pesa, siendo nuestra acción la observancia del mejor orden posible y llevar por lema, salvar a México de tanta ignominia, de tanta tiranía y de tantos abusos, para lo cual ocurrimos a la unión de todos los que seamos buenos mexicanos, verdaderos demócratas y republicanos leales...».
- Pascual Orozco, 6 de diciembre de 1910, manifiesto al recibir el mando de fuerza de Chihuahua.[4]
- «Muy distinguido y estimado amigo: Las circunstancias especiales en que usted se ha encontrado desde hace cerca de seis meses, y mi intención de conservarme siempre dentro de la ley, me habían hecho cortar toda comunicación con usted. Mas ahora que por actos expresos y deliberados del gobierno del general Díaz ha pasado usted oficialmente de la categoría de delincuente a la de caudillo político, aprovecho la ocasión para dirigirle las presentes líneas en público, con el objeto de contribuir en la medida de mis fuerzas al restablecimiento de la paz. No puedo ni quiero discutir si hizo usted bien o mal en levantarse en armas para sostener los principios de no-reelección y de efectividad del sufragio; eso es de la incumbencia de la Historia, y cualquier juicio que yo anticipara, correría el riesgo de parecer apología de un hecho reprobado por la ley. Básteme decir que la Revolución es un hecho, que el movimiento iniciado por usted en Chihuahua se ha convertido en un gran sacudimiento nacional; que el país se halla casi por completo envuelto en una conflagración más poderosa y más vasta de lo que usted mismo pudo suponer o esperar: y que al comprender que esta revolución amenazaba tornarse irrefrenable, todos los mexicanos nos hemos puesto a trabajar para apagarla. Todos hemos sentido las consecuencias de la Revolución; pero nos hemos resignado a sufrirlas en la esperanza de que trajera consigo algunos bienes en medio de tantos males. Usted, señor Madero, tiene contraída una inmensa responsabilidad ante la Historia, no tanto por haber desencadenado las fuerzas sociales, cuanto porque al hacerlo, ha asumido usted implícitamente la obligación de restablecer la paz, y el compromiso de que se realicen las aspiraciones que motivaron la guerra, para que el sacrificio de la patria no resulte estéril. [...] En otros términos, y para hablar sin metáforas: usted, que ha provocado la Revolución, tiene el deber de apagarla; pero guay de usted si asustado por la sangre derramada, o ablandado por los ruegos de parientes y de amigos, o envuelto por la astuta dulzura del Príncipe de la Paz, o amenazado por el yanqui, deja infructuosos los sacrificios hechos. El país seguirá sufriendo de los mismos males, quedaría expuesto a crisis cada vez más agudas, y una vez en el camino de las revoluciones que usted ha enseñado, querría levantarse en armas para la conquista de cada una de las libertades que dejara pendientes de alcanzar. La Revolución debe concluir; es necesario que concluya pronto, y usted debe ayudar a apagarla; pero a apagarla definitivamente y de modo que no deje rescoldos. [...] Después de haber atendido a las exigencias de la Revolución misma, la parte más difícil de la tarea de usted será, sin duda, discernir cuáles son las necesidades del país en lo económico y en lo político, y cuál la mejor forma de darles satisfacción para suprimir las causas de malestar social que han dado origen a la Revolución. El catalogar esas necesidades y sus remedios, ya equivale a formular todo un vasto programa de Gobierno. La responsabilidad de usted en ese punto es tan seria, que si no acierta a percibir con claridad las reformas políticas y económicas que exige el país, correrá usted el riesgo de dejar vivos los gérmenes de futuras perturbaciones de la paz, o de no lograr restablecer por completo la tranquilidad del país...».
- Lic. Blas Urrea, 27 de abril de 1911, carta abierta a don Francisco I. Madero.[5]
- «Mexicanos: considerad que la astucia y la mala fe de un hombre está derramando sangre de una manera escandalosa, por ser incapaz para gobernar; considerad que su sistema de Gobierno está agarrotando a la patria y hollando con la fuerza bruta de las bayonetas nuestras instituciones; así como nuestras armas las levantamos para elevarlo al Poder, las volvemos contra él por faltar a sus compromisos con el pueblo mexicano y haber traicionado la Revolución iniciada por él; no somos personalistas, ¡somos partidarios de los principios y no de los hombres!».
- Emiliano Zapata, 18 de noviembre de 1911, Plan de Ayala.[6]
- «La obra que vamos á emprender es grande. Los pueblos en su marcha evolutiva tienen que progresar constantemente. Nosotros no podemos tener la pretensión de que en el plazo de cinco años para el cual he sido llamado á ocupar la Presidencia, podré transformar á la República Mexicana; pero sí podemos sentar las bases de su engrandecimiento futuro. Es indudable que para lograr este fin, deberemos seguir trabajando todos, aún terminado este período, ya sea algunos ocupando puestos públicos, ó en la vida privada; en cualquier parte que nos encontremos, seguiremos siempre unidos, trabajando por el mismo ideal y dispuestos á dedicar todos nuestros esfuerzos hacia la magna obra que en los actuales momentos absorbe toda nuestra atención».
- Francisco I. Madero, diciembre de 1911, brindis dirigido a su gabinete.[7]
- «La cuestión agraria es de tan alta importancia, que considero debe estar por encima de la alta justicia, por encima de esa justicia de reivindicaciones y de averiguaciones de lo que haya en el fondo de los despojos cometidos contra los pueblos. No pueden las clases proletarias esperar procedimientos judiciales dilatados para averiguar los despojos y las usurpaciones, casi siempre prescritos; debemos cerrar los ojos ante la necesidad, no tocar por ahora esas cuestiones jurídicas, y concretarnos a procurar tener la tierra que se necesita. Así encontraréis explicado, señores, especialmente vosotros, señores católicos, lo que en esta tribuna dije en ocasión memorable: que había que tomar la tierra de donde la hubiera. No he dicho: "Hay que robarla", no he dicho: "Hay que arrebatarla": he dicho: "Hay que tomarla", porque es necesario que para la próxima cosecha haya tierra donde sembrar; es necesario que, para las próximas siembras en el sur de Puebla, en México, en Hidalgo, en Morelos, tengan las clases rurales tierra donde poder vivir, tengan tierra con que complementar sus salarios. Puedo por consiguiente entrar, durante unos minutos más, pidiendo atentamente de nuevo excusas por esta larga disertación, al análisis de este Proyecto de Ley...».
- Luis Cabrera Lobato, 3 de diciembre de 1912, discurso pronunciado ante la Cámara de Diputados sobre la Reconstitución de los Ejidos de los Pueblos como medio de Suprimir la Esclavitud del Jornalero Mexicano.[8]
- «Señor Presidente de la República. Muy urgente: He sabido que en México se dice que he defeccionado. Protesto enérgicamente sobre esta falsa versión y ruego a usted que ésta mi protesta se haga pública...».
- Aureliano Blanquet, 10 de febrero de 1913, telegrama dirigido a Madero.[9]
- «Prometo a usted, señor presidente, que mañana todo habrá terminado...».
- Victoriano Huerta, 18 de febrero de 1913, respuesta al presidente Madero, cuando éste le cuestionó al respecto de la rebelión en la Ciudadela.[10]
- «Desde este momento se da por inexistente y desconocido el Poder Ejecutivo que funcionaba, comprometiéndose los elementos representados por los generales Félix Díaz y Victoriano Huerta a impedir por todos los medios cualquier intento para el restablecimiento de dicho Poder. [...] A la mayor brevedad se procurará solucionar en los mejores términos legales posibles la situación existente, y los señores generales Díaz y Huerta pondrán todos sus empeños a efecto de que el segundo asuma antes de setenta y dos horas la presidencia provisional de la República».
- Pacto de la Ciudadela, 18 de febrero de 1913, firmado en el sótano de la Embajada de Estados Unidos en México.[11]
- «Esperaba nuevas órdenes cuando el general Mondragón, encolerizado, exclamó: "Sobre la marcha"; luego salí de allí y poco después entrábamos a una de las caballerizas. Los prisioneros, al ver aquéllo, comprendieron lo que les esperaba y protestaron con frases duras para mi General Huerta. Más como la orden tenía que cumplirse, a empellones los hice entrar al interior de la caballeriza donde los puse al fondo para que mis muchachos tiraran. El vicepresidente (José María Pino Suárez) fue el primero que murió, pues al ver que se le iba a disparar comenzó a correr, di la orden de fuego y los proyectiles lo clarearon hasta dejarlo sin vida, cayendo sobre un montón de paja. El Sr. Madero vio todo aquéllo y cuando le dije que a él le tocaba, se fue sobre mí, diciéndome que no fuéramos asesinos, que se mataba con él a la República. Yo me eché a reir y cogiéndolo por el cuello, lo llevé contra la pared, saqué mi revolver y le disparé un tiro en la cara, cayendo en seguida pesadamente al suelo. La sangre me saltó sobre el uniforme. Muertos los dos, así lo participé al general Mondragón, quien metió la mano al bolsillo y me dio un rollo de billetes agregando: "Eso es para usted y su gente". Después los pusimos en el automóvil y al llegar a las calles de Lecumberri, bajé a mis guardias y ordené que dispararan sobre el vehículo. Los muchachos así lo hicieron y poco después entregué los cadáveres al director de la Penitenciaría...».
- Mayor Francisco Cárdenas, relato de los hechos ocurridos el 22 de febrero de 1913.[12]
- «... Considerando que los Poderes Legislativo y Judicial han reconocido y amparado en contra de las leyes y preceptos constitucionales al general Victoriano Huerta y sus ilegales y antipatrióticos procedimientos, y considerando, por último, que algunos Gobiernos de los Estados de la Unión han reconocido al Gobierno ilegítimo impuesto por la parte del Ejército que consumó la traición, mandado por el mismo general Huerta, a pesar de haber violado la soberanía de esos Estados, cuyos Gobernadores debieron ser los primeros en desconocerlo, los suscritos, Jefes y Oficiales con mando de las fuerzas constitucionales, hemos acordado y sostendremos con las armas...».
- Venustiano Carranza, 26 de marzo de 1913, Plan de Guadalupe.[13]
- «... Se declara indigno al general Pascual Orozco del honor que se le había conferido por los elementos de la revolución del Sur y del Centro, en el artículo de referencia; puesto que por sus inteligencias y componendas en el ilícito, nefasto, pseudogobierno de Huerta, ha decaído de la estimación de sus conciudadanos, hasta el grado de quedar en condiciones de un cero social, esto es, sin significación alguna aceptable; como traidor que es a los principios juramentados. Queda, en consecuencia, reconocido como jefe de la Revolución de los principios condensados en este Plan el caudillo del Ejército Libertador Centro-Suriano general Emiliano Zapata...».
- Emiliano Zapata, 30 de mayo de 1913, Reformas al Plan de Ayala.[14]
- «... en vista de las graves y excepcionales circunstancias porque atraviesa la Nación, y considerando que los solemnes compromisos contraídos por el Gobierno de la República ante sus nacionales, ante las naciones extranjeras y ante la posteridad misma lo coloca para cumplirlos, como necesariamente los cumplirá, en la necesidad imprescindible e imperiosa de considerar la causa de la pacificación preferente a cualquiera otro interés privado o colectivo, so pena de dejar al país entregarse a un estado de anarquía que en su desenfreno, ya que no justificado, podrá dar pretexto a la intervención de potencias extranjeras en nuestros asuntos interiores, lo que acabaría con la dignidad nacional que debe mantenerse por encima de todo...».
- Victoriano Huerta, 10 de octubre de 1913, Decreto de disolución del Poder Legislativo.[15]
- «... El campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación, y si se levantó en armas fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba; para adueñarse de la tierra que el hacendado, egoísticamente guardaba para sí; para reivindicar su dignidad, que el negrero atropellaba inícuamente todos los días. Se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurar el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia y engrandecimiento. Se equivocan lastimosamente los que creen que el establecimiento de un gobierno militar, es decir despótico, será lo que asegure la pacificación del país. Esta sólo podrá obtenerse si se realiza la doble operación de reducir a la impotencia a los elementos del antiguo régimen y de crear intereses nuevos, vinculados estrechamente con la revolución, que le sean solidarios, que peligren si ella peligra y prosperen si aquella se establece y consolida...».
- Emiliano Zapata, agosto de 1914, Manifiesto de Zapata al pueblo mexicano.[16]mexico rarara
- «... Aunque el plan de Guadalupe, lanzado por el C. Venustiano Carranza, ofrecía solamente el restablecimiento del Gobierno Constitucional, fue aceptado sin embargo por los jefes revolucionarios, porque confiaban en que el Primer Jefe de la Revolución era partidario de establecer no sólo un gobierno democrático sino las reformas económico-sociales indispensables para asegurar el mejoramiento de las clases desheredadas. [..] Desgraciadamente, los actos del señor Carranza, y sus declaraciones, engendraron en el ánimo de muchos revolucionarios el temor de no ver realizados los compromisos que la revolución había contraído con el pueblo. [..] Es muy doloroso para mí exigir del pueblo mexicano un nuevo sacrificio para que la Revolución pueda definitivamente realizar sus caros ideales, pero tengo la seguridad de que todo ciudadano honrado comprenderá que sin este último esfuerzo del pueblo, se derrumbaría toda la obra revolucionaria, porque habríamos derrocado una dictadura para substituirla por otra...».
- Francisco Villa, 22 de septiembre de 1914, Manifiesto de Francisco Villa al pueblo mexicano.[17]
- «Mexicanos: El monstruo de la traición y el crimen, encarnado en Francisco Villa, se yergue, amagando devastar el fruto de la Revolución, que tanta sangre y tantas vidas ha costado a nuestro pobre pueblo. El esfuerzo de todos los hombres honrados, por restablecer la paz en la República, acaba de declararse impotente ante la perversidad de la Trinidad maldita, que forman Ángeles, Villa y Maytorena. Es el momento supremo de sublime angustia para la Patria, en que podrá contar a sus verdaderos hijos, que despreciando de nuevo la vida, empuñando con más fuerza el arma vengadora, para hacer desaparecer entre las invencibles garras de la justicia, a los monstruos deformes, que en danza macabra, celebran en estos momentos la agonía de nuestra Patria...».
- Álvaro Obregón, 19 de noviembre de 1914, Manifiesto de Álvaro Obregón a la Nación.[18]
- «... El carrancismo ha implantado el terror como régimen de gobierno, y desplegado a los cuatro vientos, el odioso estandarte de la intransigencia contra todos y para todo. Nuestra conducta será muy distinta: comprendemos que el pueblo está ya cansado de horripilantes escenas de odio y de venganza, no quiere ya sangre inútilmente derramada, ni sacrificios exigidos a los pueblos por el sólo deseo de dañar, o simplemente para satisfacer insaciables apetitos de rapiña».
- Emiliano Zapata, 20 de abril de 1917, Manifiesto a la nación.[19]
- «... Que la Soberanía Nacional reside esencial y originariamente en el pueblo: que todo poder público dimana del pueblo y se instituye para su beneficio, y que la potestad de los mandatarios públicos es únicamente una delegación parcial de la soberanía popular, hecha por el mismo pueblo..[..]..Que el actual presidente de la República, C. Venustiano Carranza, se había constituido Jefe de un partido político, y persiguiendo el triunfo de ese partido ha burlado de una manera sistemática del voto popular; ha suspendido, de hecho las garantías individuales; ha atentado repetidas veces contra la soberanía de los Estados y ha desvirtuado radicalmente la organización de la República. [..] Que los actos y procedimientos someramente expuestos constituyen, al mismo tiempo, flagrantes violaciones a nuestra ley suprema, delitos graves del orden común y traición absoluta a las aspiraciones fundamentales de la Revolución Constitucionalista».
- Plutarco Elías Calles, 29 de abril de 1920, Plan de Agua Prieta.[20]
- «Se celebraban escandalosamente los triunfos de Trinidad y de Celaya, mientras los desgraciados peones zapatistas caídos prisioneros eran abatidos por el pelotón carrancista en el atrio de la parroquia».
- José Clemente Orozco, autobiografía.[21]
- «... ¡Dios los bendiga!. Dios los ayude y los lleve por buen camino... Ahora van ustedes; mañana correremos también nosotros, huyendo de la leva, perseguidos por estos condenados del gobierno, que nos han declarado la guerra a muerte a todos los pobres; que nos roban nuestros puercos, nuestras gallinitas y hasta el maicito que tenemos para comer y que queman nuestras casas y se llevan nuestras mujeres y que, por fin, donde dan con uno, allí lo acaban como si fuera perro de mal».
- «La Revolución mexicana no fue otra cosa que el descubrimiento de México por los mexicanos [...] La Revolución nos reveló nuestro propio país; nos abrió los ojos para verlo de frente. Sobre todo le abrió los ojos a los pintores, a los poetas y novelistas».
Referencias
editar- ↑ Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México Extractos de la entrevista Díaz-Creelman. Consultado el 27 de febrero de 2009.
- ↑ Taracena, Alfonso (1960). «Porfirio Díaz». Editorial Jus (México). p. 202. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ Córdova, Arnaldo (1973). «La ideología de la Revolución mexicana: la formación del nuevo régimen». Ediciones Era (México). pp. 428-433. 968-411-296-3. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ Iglesias González, Román (1998). «Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la independencia al México moderno, 1812-1940». Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (México). p. 584. 978-968-36-6621-5. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ Labastida, Horacio (2002). «Belisario Domínguez y el Estado criminal». Siglo XXI editores (México). p. 17. 968-23-2385-1. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ Zapata, Emiliano (2007). «Manifiestos». Linkgua (Barcelona). p. 33. 978-84-9816-621-7. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ Casasola, Gustavo (1970). «Historia gráfica de la Revolución mexicana, 1900-1960». Editorial Trillas (México). p. 882. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ Zapata, Emiliano (2007). «Manifiestos». Linkgua (Barcelona). p. 42. 978-84-9816-621-7. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ Contreras, Mario; Tamayo, Jesús (1989). «México en el siglo XX 1913-1920: textos y documentos, volumen 2». Universidad Nacional Autónoma de México (México). pp. 372-374. 968-58-0568-7. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ Orozco, José Clemente (1999). «Autobiografía». Ediciones Era (México). pp. 40, 45, 46. 968-411-073-1. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ Azuela, Mariano (2007). «Los de abajo». Stockcero (Luis Leal edición) (Buenos Aires). p. 14. 978-987-1136-62-9. Parámetro desconocido
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) (ayuda) - ↑ «Obras completas vol. VII: Los privilegios de la vista, t. 2». Círculo de lectores (Barcelona). 1993. p. 90.