Diferencia entre revisiones de «Camilo José Cela»

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Línea 72:
* «Celestino se queda perplejo, sin saber qué hacer. Piensa romperle un sifón en la cabeza, por fresco, pero se acuerda: "Entregarse a la ira ciega es señal de que se está cerca de la animalidad". Quita su libro de encima de los botellines y lo guarda en el cajón. Hay días en que se le vuelve a uno el santo de espaldas, en que hasta Nietzsche parece como pasarse a la acera contraria».
 
* «-¡Felíz tú! Yo creo que no hay tiempo para nada; yo creo que si el tiempo sobra es porque, como es tan poco, no sabemos que hacer con él.<br />(Nati frunció graciosamente la nariz.)<br />-¡Ay, Marco, hijo! ¡No empieces a colarme frases profundas!<br />Martín se rió».
 
* «Don José Sierra hizo un sonido raro con la garganta, un sonido que tanto podía significar que si, como que no, como que quizá, como que quién sabe. Don José es un hombre, que a fuerza de tener que aguantar a su mujer, había conseguido llegar a vivir horas enteras, a veces hasta días enteros, sin más que decir, de cuando en cuando, ¡hum!, y al cabo de otro rato, ¡hum!, y así siempre. Era una manera muy discreta de darle a entender a su mujer que era una imbécil, pero sin decirlo claro».
 
* «-La conocí en el Barceló, el veintitantos de agosto pasado y, a la semana escasa, el día de mi cumpleaños, ¡zas, al catre! Si me hubiera estado como un gili viendo cómo la camelaban y cómo le metían mano los demás, a estas horas estaba como usted.<br />-Sí, eso está muy bien, pero a mí me da por pensar que eso no es más que cuestión de suerte.<br />Ventura salto en el asiento.<br />-¿Suerte? ¡Ahí está el error! la suerte no existe, amigo mío, la suerte es como las mujeres, que se entrega a quienes la persiguen y no a quien las ve pasar por la calle sín decirles ni una palabra».
 
* «Se apostó una cena con los amigos a que llamaba Cojoncio al hijo, y ganó la apuesta. El día del bautizo del niño, su padre, don Estanislao Alba, y sus amigos engancharon una borrachera tremenda. Daban mueras al Rey y vivas a la República Federal. La pobre madre, doña Conchita Ibáñez, que era una santa, lloraba y no hacía más que decir:<br />-¡Ay, qué desgracia, qué desgracia! ¡Mi marido embriagado en un día tan feliz!».