Diferencia entre revisiones de «Castilla»

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* «Cuando decían Castilla, todos se esforzaban.» <ref>[http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/05812752100547273089079/index.htm Poema de [[Fernan González.]]]</ref>
 
* «Y a dar testimonio de que no se pueden conocer los libros de Milá sin conocer la tierra catalana, he venido yo, el último de sus discípulos, aunque el primero de su confianza, castellano de la más vieja Castilla, de la Montaña de Santander como ahora decimos, de la Montaña de Burgos como decían nuestros antepasados, hijo de la espesa sierra que guarda en sus humildes peñascales la cuna del histórico río que a toda la península da nombre.» <ref>Citado en Sáinz Rodríguez, Pedro. ''Estudios sobre Menéndez Pelayo''. Editorial Espasa-Calpe, 1984. ISBN 9788423916474. p. 67.</ref>
**[[MenendezMarcelino PidalMenéndez Pelayo]], Escritor cántabro.
** Nota: El autor se refiere a su maestro [[w:Manuel Milá y Fontanals|Manuel Milá y Fontanals]].
 
* «[...] No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; de estas quiebras aceradas y abruptas de las montañas; de estos mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzags hasta un riachuelo. [...] Puesto que desde esta ventanita del sobrado no se puede ver el mar, dejad que aquí, en la vieja ciudad castellana, evoquemos el mar. Todo está en silencio: allá en una era del pueblo se levanta una tenue polvareda; luego, más lejos, aparece la sierra baja, hosca, sin árboles, sin viviendas. ¿Cómo es el mar? ¿Qué dice el mar? ¿Qué se hace en el mar? [...]» <ref>Citado en Donner, Paloma B. de. ''Idioma español''. Editorial Barreiro y Ramos, S.A., 1978. p. 145.</ref>
** [[Azorín]], Castilla, El mar
** Fuente: ''Castilla. El mar''. <ref>Azorín. ''Castilla''. Edición ilustrada. Editorial EDAF, 1996. ISBN 9788441401167. p. 77.</ref>
 
* "[...] Delante de mí, sentado a esta mesa con pegajoso mantel de hule, en el diminuto comedor de paredes rebozadas con cal azul, hay un señor silencioso y grave. Yo lo observo. Su cabeza es enérgica, redonda, fuerte, trasquilada al rape; muestra en su gesto y en sus ademanes como un desdén altivo, como un enojo reprimido hacia esta comida sórdida e indigesta que, poco a poco, con lentitud desesperante, nos van sirviendo. Yo sé que es el presidente del Círculo Industrial de Madrid; yo le reputo por uno de esos hombres más enérgicos y emprendedores de la España laboriosa. Y su figura, en este ambiente de inercia, de renunciamiento, de ininteligencia, marca un contraste inevitable entre las dos Españas. [...] Llegan los postres. Este silencio tétrico en este casón vetusto –antiguo convento- , después de esta comida intragable, me apesumbra y enerva. - ¡Qué diferencia –exclamo- entre estos pueblos inactivos de la meseta y los pueblos rientes y vivos de Levante! Entonces mi compañero, que ha callado, como yo, durante toda la comida, me mira fijamente, como asombrado de que haya quien hable así en Torrijos, y replica con voz lenta y enérgica: - ¡Cómo que son dos nacionalidades distintas y antagónicas! Levante es una región que se ha desenvuelto y ha progresado por su propia vitalidad interna, mientras que el Centro permanece inmóvil, rutinario, cerrado al progreso, lo mismo ahora que hace cuatro siglos... Observe usted los detalles de la vida doméstica; vea usted los procedimientos agrícolas; estudie usted las costumbres del pueblo... En todas partes, en todos los momentos, en lo grande y en lo pequeño, las diferencias entre los españoles del Centro y los de las costas saltan a la vista. Yo soy del Centro, y sin embargo, lo reconozco sinceramente. El problema catalanista, en el fondo, no es más que la lucha de un pueblo fuerte y animoso con otro pueblo débil y pobre, al cual se encuentra unido por vínculos acaso transitorios... Hemos callado. Y yo pensaba que todos los esfuerzos por la generación de un pueblo próspero serán inútiles mientras estos campos no tengan agua, mientras estas tierras paniegas no sean abonadas, mientras no desaparezca el sistema de eriazos y barbechos, mientras las máquinas no realicen pronta y esmeradadamente el trabajo de las industrias anexas. [...]"
 
* Por más sazonadas y aún más sabrosas tengo yo las cecinas de [[Cantabria|La Montaña]], que no las de Castilla, porque en la Montaña son las yerbas más delicadas, las aguas más delgadas, las tierras más frías y los animales más sanos, y los aires más sutiles. Que sea mejor tierra la Montaña, que no Castilla, paresce claro, en que los vinos que van de acá allá son más finos y los hombres que vienen de allá se tornan más maliciosos; de manera que allá les mejoramos los vinos y ellos acá nos empeoran los hombres.
 
*Bien estoy yo con lo que decía Diego López de Haro: es a saber, que para ser uno buen hombre, había de ser nascido en la Montaña y traspuesto en Castilla;(….) A los que somos montañeses no nos pueden negar los castellanos que cuando España se perdió, no se hayan salvado en solas las montañas todos los hombres buenos, y que después acá no hayan salido de allí todos los nobles. Decía el buen Íñigo López de Santillana que en esta nuestra España que era peregrino, o muy nuevo, el linage que en la Montaña no tenía solar conoscido.
**[[Antonio de Guevara]], Cronista del Rey Carlos I. s.XVI
 
* Y a dar testimonio de que no se pueden conocer los libros de Milá sin conocer la tierra catalana, he venido yo, el último de sus discípulos, aunque el primero de su confianza, castellano de la más vieja Castilla, de la Montaña de Santander como ahora decimos, de la Montaña de Burgos como decían nuestros antepasados, hijo de la espesa sierra que guarda en sus humildes peñascales la cuna del histórico río que a toda la península da nombre.
**[[Menendez Pidal]], Escritor cántabro.
 
* "[...] No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; de estas quiebras aceradas y abruptas de las montañas; de estos mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzags hasta un riachuelo. Las auras marinas no llegan hasta estos poblados pardos, de casuchas deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la ventanita de este sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión azul y vagorosa: se columbra allá en una colina una ermita con los cipreses rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el cielo límpido. A esta olmeda, que se abre a la salida de la vieja ciudad, no llega el rumor rítmico y ronco del oleaje: llega en el silencio de la mañana, en la paz azul de mediodía, el cacareo metálico, largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una herrería. Estos labriegos secos, de faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar: ven la llanada de las mieses; miran, sin verla, la largura monótona de los surcos en los bancales. Estás viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden, cuando llega el crepúsculo, una luz ante la imagen de la Virgen que vela por los que salen en las barcas: van por las callejas pinas y tortuosas a las novenas, miran al cielo en los días borrascosos y piden, juntando sus manos, no que se aplaquen las olas, sino que las nubes no despidan granizos asoladores.No puede ver el mar la vieja Castilla: Castilla, con sus vetustas ciudades, sus catedrales, sus conventos, sus callejuelas llenas de mercaderes, sus jardines encerrados en los palacios, sus torres con chapiteles de pizarra, sus caminos amarillentos y sinuosos, sus fonditas destartaladas, sus hidalgos que no hacen nada, sus muchachas que van a pasear a las estaciones, sus clérigos con los balandranes verdosos, sus abogados –muchos abogados, infinitos abogados- que todo lo sutilizan, enredan y confunden. Puesto que desde esta ventanita del sobrado no se puede ver el mar, dejad que aquí, en la vieja ciudad castellana, evoquemos el mar. Todo está en silencio: allá en una era del pueblo se levanta una tenue polvareda; luego, más lejos, aparece la sierra baja, hosca, sin árboles, sin viviendas. ¿Cómo es el mar? ¿Qué dice el mar? ¿Qué se hace en el mar? [...]"
** [[Azorín]], Castilla, El mar
 
* "... Delante de mí, sentado a esta mesa con pegajoso mantel de hule, en el diminuto comedor de paredes rebozadas con cal azul, hay un señor silencioso y grave. Yo lo observo. Su cabeza es enérgica, redonda, fuerte, trasquilada al rape; muestra en su gesto y en sus ademanes como un desdén altivo, como un enojo reprimido hacia esta comida sórdida e indigesta que, poco a poco, con lentitud desesperante, nos van sirviendo. Yo sé que es el presidente del Círculo Industrial de Madrid; yo le reputo por uno de esos hombres más enérgicos y emprendedores de la España laboriosa. Y su figura, en este ambiente de inercia, de renunciamiento, de ininteligencia, marca un contraste inevitable entre las dos Españas. [...] Llegan los postres. Este silencio tétrico en este casón vetusto –antiguo convento- , después de esta comida intragable, me apesumbra y enerva. - ¡Qué diferencia –exclamo- entre estos pueblos inactivos de la meseta y los pueblos rientes y vivos de Levante! Entonces mi compañero, que ha callado, como yo, durante toda la comida, me mira fijamente, como asombrado de que haya quien hable así en Torrijos, y replica con voz lenta y enérgica: - ¡Cómo que son dos nacionalidades distintas y antagónicas! Levante es una región que se ha desenvuelto y ha progresado por su propia vitalidad interna, mientras que el Centro permanece inmóvil, rutinario, cerrado al progreso, lo mismo ahora que hace cuatro siglos... Observe usted los detalles de la vida doméstica; vea usted los procedimientos agrícolas; estudie usted las costumbres del pueblo... En todas partes, en todos los momentos, en lo grande y en lo pequeño, las diferencias entre los españoles del Centro y los de las costas saltan a la vista. Yo soy del Centro, y sin embargo, lo reconozco sinceramente. El problema catalanista, en el fondo, no es más que la lucha de un pueblo fuerte y animoso con otro pueblo débil y pobre, al cual se encuentra unido por vínculos acaso transitorios... Hemos callado. Y yo pensaba que todos los esfuerzos por la generación de un pueblo próspero serán inútiles mientras estos campos no tengan agua, mientras estas tierras paniegas no sean abonadas, mientras no desaparezca el sistema de eriazos y barbechos, mientras las máquinas no realicen pronta y esmeradadamente el trabajo de las industrias anexas. [...]"
**[[Azorín]], Antonio Azorín, El Globo, 10/2/1903
 
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* "[...] En suma, él era castellano en lo sustancial, aragonés en lo cuerdo, portugués en lo juicioso, y todo español en ser hombre de mucha sustancia. [...]"
** Fuente: El Criticón, tercera parte, crisi VI
 
=== [[Antonio de Guevara]] ===
* «Por más sazonadas y aún más sabrosas — dice — tengo yo las cecinas de [[Cantabria|Lala Montaña]], que no las de Castilla, porque en la Montaña son las yerbas más delicadas, las aguas más delgadas, las tierras más frías y los animales más sanos, y los aires más sutiles. Que sea mejor tierra la Montaña,montaña que no Castilla , paresceparece claro, en que los vinos que van de acá allá son másmas finos, y los hombres que vienen de allá acá se tornan másmas maliciosos ; de manera que allá les mejoramos los vinos, y ellos acá nos empeoran los hombres. Bien estoy yo con lo que decía Diego Lopez de Haro, es á saber, que para ser uno buen hombre, había de ser nacido en la montaña y traspuesto en Castilla: mas pésame a mí que aquellos de mi tierra se les apega poco de la crianza que tenemos y mucho de la malicia que usamos.» <ref>Guevara, Antonio de. ''Libro primero de las epístolas familiares''. Editorial Linkgua digital, 2010. ISBN 9788498166897. p. 188.</ref>
** Fuente: Carta al abad de San Pedro de Cardeña.
 
*Bien estoy yo con lo que decía Diego López de Haro: es a saber, que para ser uno buen hombre, había de ser nascido en la Montaña y traspuesto en Castilla;(….) «A los que somos montañeses no nos pueden negar los castellanos que cuando España se perdió, no se hayan salvado en solas las montañas todos los hombres buenos, y que después acá no hayan salido de allí todos los nobles. Decía el buen Íñigo López de Santillana que en esta nuestra España que era peregrino, o muy nuevo, el linagelinaje que en la Montaña no tenía solar conoscidoconocido.» <ref>Guevara, Antonio de. ''Libro primero de las epístolas familiares''. Editorial Linkgua digital, 2010. ISBN 9788498166897. p. 189.</ref>
** Fuente: Carta al abad de San Pedro de Cardeña.
 
===[[Luis Pérez Rubín]], escritor español del s.XIX===