Diferencia entre revisiones de «Asturias»

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**Ramón Elices Montes (s. XIX)
 
* El asturiano es fuerte, alto y esbelto; su rostro refleja inteligencia. Es más prevenido que el habitante de Castilla la Vieja y que el de las provincias vascas. Aunque laborioso, no comprende el valor del dinero cuando sus necesidades están satisfechas. (...) El asturiano es dejado y sucio, tanto por placer como por indolencia: todo le parece bien para ponerse los días de trabajo, como si fuera para hacer resaltar mucho más, cuando llega el domingo, el resplandor de un traje nuevo, y hasta algunas veces el lujo de una camisa blanca. Orgulloso en su calidad de español, no traiciona este sentimiento con un enojo desdeñoso de indolente, como lo hace el castellano, sino que lo manifiesta de una forma menos sorprendente por la familiaridad amistosa de sus palabras y de sus actos. De carácter sufrido, siente, sin embargo, profundamente la injuria, y cuando alguna vez cede al deseo de venganza, el enorme bastón, que no le abandona nunca, le sirve para asestar golpes terribles. Maneja este arma tan bien como el pasiego (...) y mejor aún que el vizcaíno, que recurre a menudo a la navaja. Las mujeres tienen rasgos regulares, sin ser ni bellas ni bonitas; son de estatura alta y esbelta. La prominencia de su seno indica que la naturaleza las ha destinado particularmente para ser madres y nodrizas. No hay que pedirles ni que tengan el pie pequeño, ni las caderas voluptuosamente pronunciadas, encantos inefables de la mujer andaluza. Caminan con majestuosidad mucho más que con gracia. El riguroso trabajo al que están sometidas desde su corta edad y la humedad de la atmósfera en que viven dan a su temperamento una frialdad septentrional. Así, pues, me atrevo a afirmar que la felicidad conyugal es una virtud a la orden del día en las asturianas. Quizá debemos atribuirlo al cariño que profesan a sus hijos, más aún que a sus maridos.
 
Las mujeres tienen rasgos regulares, sin ser ni bellas ni bonitas; son de estatura alta y esbelta. La prominencia de su seno indica que la naturaleza las ha destinado particularmente para ser madres y nodrizas. No hay que pedirles ni que tengan el pie pequeño, ni las caderas voluptuosamente pronunciadas, encantos inefables de la mujer andaluza. Caminan con majestuosidad mucho más que con gracia. El riguroso trabajo al que están sometidas desde su corta edad y la humedad de la atmósfera en que viven dan a su temperamento una frialdad septentrional. Así, pues, me atrevo a afirmar que la felicidad conyugal es una virtud a la orden del día en las asturianas. Quizá debemos atribuirlo al cariño que profesan a sus hijos, más aún que a sus maridos.
**Alexander Holinski (s. XIX)